Las historias cuando se cuentan de forma bella permanecen y trascienden. Este 23 de abril, Día Internacional del Libro, queremos compartir una historia preciosa y real que nos conmovió en pleno confinamiento.
Margarita y Rosa, dos mujeres fuertes y generosas son las protagonistas que se conocieron gracias a nuestra compañera Cristina Trenado, “rastreadora de soledades no deseadas” y educadora del programa de atención a personas mayores en situación de grave riesgo sociosanitario del distrito de Retiro.
El escenario de este “cuento con final feliz” es el lugar mágico al que nos transportan los libros…
EL CUENTO CON FINAL FELIZ QUE SALVÓ A MARGARITA
La viuda -sola y sin hijos- perdió la vista hace cinco años. Rosa perdió a su madre hace siete.
Esta es la historia de un amor en los tiempos del nuevo cólera. Juntamos por primera vez a las dos.
POR PEDRO SIMÓN
FOTOS: ÁNGEL NAVARRETE
MADRID
A sus 91 años, viuda, sin hijos y sola, lo que más compañía le hacia a Margarila Seguí Orúe eran los libros. Y eso que ya no los podía leer. La anciana ciega se levantaba, los tocaba con las yemas de los dedos, abría uno al azar para olerlo, aspiraba y alehop: ya parecía que estaba menos sola. Hasta que vino la pandemia del coronavirus con sus soledades a toda página. Primero se fue Olga, una asistenta que se ocupaba de la limpieza y la compra. Luego hizo lo mismo Conchita, que la llevaba a pasear y al médico. Más tarde se murió una vecina que tenía su misma edad. Después, otra del quinto. Así que la invidente a la que se le apagaba todo sólo pensaba en un jarabe.
Cuando sonó el teléfono de casa y eran los de los servicios sociales del Ayuntamiento de Madrid, cuando le dijeron Margarita cómo estás, cuando al final le preguntaron qué necesitas; ella lo tuvo muy claro. No contestó comida, ni dinero, ni medicinas, ni tan siquiera una cuidadora. Sino que alguien le leyera a San Juan de la Cruz, a Cervantes, el Lazarillo ...
«Llamé porque tenia pendiente un control médico importante y al poco me telefonearon de vuelta desde los servicios sociales para hacerme muchas preguntas. Qué comía, qué hacía, qué tal estaba, aquella mujer llamada Cristina me estuvo llamando todos los días. Era fabulosa. Cuando me preguntó qué necesitaba, pensé: 'Tengo de todo, qué voy a necesitar yo ...'. Y entonces caí: 'Cultura ... Sólo necesito cultura'. Y así apareció Rosa en mi vida. Para leerme los libros que yo ya no podía leer».
Hoy es la primera vez que se juntan en persona después de meses escuchándola por teléfono. Ésta es la historia de un flechazo entre la radiofonista que tenia un club de lectura y la nonagenaria que no tenia quien le leyera.
La primera perdió a su madre hace ocho años. La segunda perdió a su esposo hace 15 y la vista hace cinco.
-¿Me dejas que te adopte como madre, Margarita?
-Yo encantada, hija.
Es principio de mayo. Acaban de conocerse por teléfono. Son dos desconocidas. A este lado de la linea, una mujer que no ve nada está sentada sola en un sofá. Al otro, Rosa de Lima carraspea. Comienza a leer: «Le habían denegado la lectura de libros en romance, le habían impedido la oración mental, hasta el donde lágrimas que tanto contento daba a su alma se lo habían prohibido...».
Continúa leyendo: «... y todas estas imposiciones, que eran torturas acerbas, las acataba Teresa, aunque fuese a regañadientes. Pues le bastaba cerrar l0$ ojos para encontrar el recogimiento necesario y poder entregarse sin cortapisas ni regateos a Su Majestad». Lee más de esta obra elegida por Rosa y titulada "El castillo de diamante", de Juan Manuel de Prada. Pasan las páginas como si las susurrara el viento. Igual que pasa de ligero el tiempo que antes se le embarraba. Y entonces, por fin, a la anciana que vive a oscuras se le enciende el mundo.
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Todavía recuerda aquellas deflagraciones de cuando era niña. Las deflagraciones que hacía que bajaran «corriendo desde un octavo» para ponerse a cubierto en el Metro. El frío extremo que se le «calaba en los huesos» a las tres hermanas raquíticas. El miedo «terrible». «La falta de alimentos». Los obuses. Esa luz de después: a la edad de siete años, comenzaba la Guerra Civil y papá desaparecía para siempre en una cuneta.
A la hija del administrativo general de Altos Hornos de Vizcaya, la contienda le pilló en Madrid. Una crianza que, después de la muerte del padre, se convirtió en un asunto meramente matriarcal. Estaba su abuela, estaba su madre, estaban las tres hijas. Pero también estaba aquella otra, femenina y singular: la cultura.
«Vivimos 16 años de racionamiento, 16, pero mi madre, que era mecanógrafa, no sólo se preocupaba de las cosas materiales, sino también de la cultura. Crecí así. Yo leía compulsivamente. Iba al teatro en cuanto podía. Me interesaron las conferencias. Llegué a tocar el piano...».
La partitura sigue como toca: la taquígrafa que fue Margarita se enamoró del compositor que fue Benjamín Palacios. Se casaron en 1966. No tuvieron descendencia. El esposo falleció en 2005. La ceguera llegó 10 años más tarde. También la soledad. Luego esa frase que alguien empieza diciendo al otro lado del teléfono: «Le hablan denegado la lectura de libros en romance...».
Cristina Trenado es educadora social del Programa de Mayores en Riesgo del Ayuntamiento de Madrid. Si hay rastreadores del coronavirus, se puede decir que ella rastrea la soledad no deseada. Y rastreando, rastreando, dio con Margarita, a la que el confinamiento amenazaba con deshojar del todo.
«Es verdad que ella es una mujer bastante independiente. Y que tiene sobrinos que están muy al tanto de ella. Pero viven lejos. Y el hecho de su ceguera sumada a que se quedó sola y sin las dos mujeres que venían a acompañarla, le provocó un sentimiento de soledad desconocido. Quisimos paliar su ansiedad», señala.
«Hablaba con ella todos los días. Nos contábamos nuestra vida. Se supone que yo la llamaba para aportarle, pero cómo será de encantadora Margarita que fue ella la que me sirvió de ejemplo de resiliencia durante el confinamiento». «Entonces nos acordamos de Rosa, que se había ofrecido a ayudar en lo que fuera en el barrio de Retiro. Nos hizo clic y todo encajó».
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«Mi nombre es Elio Galeno, educado en Pérgamo y Alejandría. He sido el médico de la familia imperial de Roma durante años y he asistido como testigo a numerosos acontecimientos notables en mi larga vida. Así, a modo de ejemplo, puedo mencionar que he presenciado la caída de una estirpe de emperadores y el ascenso de otra».
Así comienza "Yo, Julia", obra de Santiago Posteguillo. El título del libro que estas dos mujeres con 47 años de diferencia se traen entre manos en estos días en que nadie se las estrecha. La voz de la radiofonista Rosa de Lima -locutora publicitaria, actriz de doblaje- ustedes pueden escucharla a diario en Madrid directo, el vespertino de Onda Madrid donde trabaja. Margarita la tiene para ella sola desde principios de mayo, aquel día en que la voluntaria telefoneó a la anciana por primera vez y se juraron lectura eterna. La madre con dos hijos llama casi todos los días, le pregunta que si le va bien en ese momento, le lee más tiempo que al pequeño. Lo ha hecho prácticamente cada jornada -así es este nuevo cordón umbilical-, incluso mientras estaba de vacaciones en Santander con la familia.
"HAN SIDO TRES MESES SOLA EN CASA. LA APARICIÓN DE ROSA FUE ALGO ANGELICAL" (MARGARITA)
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"QUERÍA AYUDAR EN EL BARRIO. ME HABLARON DE QUE QUERÍA QUE LE LEYERAN. HA SIDO FANTÁSTICO" (ROSA)
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"EN EL CONFINAMIENTO, HA SIDO EJEMPLO DE RESILIENCIA" (CRISTINA, EDUCADORA SOCIAL)
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La voz de un lado: «Hablando con una educadora del Ayuntamiento, me contó las necesidades del barrio. Durante mes y medio estuve ayudando a una familia económicamente. Cuando me dijeron que ya no hacía falta, pregunté qué más podía hacer. Me hablaron de lo que necesitaba Margarita. Y ha sido fantástico...».
La lectora del otro lado: «Han sido tres meses sola en casa. Duros. Es verdad que la soledad y el silencio son alimento para el alma. Pero sientes momentos de amargura. Más que eso: impotencia. Sé que es el destino implacable. Pero la aparición de Rosa ha sido una cosa angelical, prodigiosa».
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En España. dos millones y medio de personas mayores se sienten solas. De ellas, medio millón se siente sola a menudo. Hay más del doble de mujeres solas que de hombres. Eso dicen los datos de la Sociedad Española de Geriatría. Lo que dice doña Margarita de lo sucedido con la pandemia es el promedio cartesiano de lo que ha escuchado en las noticias: «La radio es mi vida. Desde siempre. Escucho todas las emisoras. Todas». Sobre todo a su Rosa.
«Lo sucedido ha sido algo de una dimensión desmedida, algo que no se puede combatir, que causa pánico. Pero a lo que te acostumbras. Porque te acostumbras a todo. Como aquellos niños nos acostumbramos a aquellos obuses».
La mujer que no se resistía a dejar de leer. Anduvo hasta el final con una lupa pegada a los ojos, intentándolo. Leyendo más que nada a los clásicos españoles del siglo XVI. Hasta que se hizo de noche.
Usted se cruza con ella todos los días. Es esa señora mayor que va a agarrada del brazo de una más joven, caminando lentamente. Cruza el parque, descansa a la sombra, sigue andando. Esa flor de nombre. Una mujer puede tener más de 91 años. Pero una mujer no puede ser más elegante. Lo que más le gusta es la meta: la copita de Ribera del Duero y el aperitlvo diarios. Y el postre de después: cuando suena el teléfono y el viaje comienza.
(...)
Hoy Rosa ha quedado con Margarita en dejar a Santiago Posteguillo un rato y leerle este reportaje. Nos la imaginamos sentada en su butacón gris favorito, junto a la mesa de camilla donde descansa una maceta con un clavel chino. Con el teléfono en la mano. Escuchando estas líneas.
O mejor: leyéndolas. Nos la imaginamos llegando hasta aquí. Esperemos que satisfecha. Riendo justo ahora. Fabulando un buen final.
Hubo un momento en que Rosa te dijo que, para ella, esta relación que había empezado no tenia fin. Que te iba a estar leyendo libros hasta que quisieras. Exactamente te dijo: -Leyendo ... hasta el infinito y más allá.
Exactamente tú contestaste: -Leyendo ... hasta el epitafio.
Sonreíste con los ojos que no ven. No sé cómo lo ves tú, Margarita. No es mal modo de empezar una lectura, creemos. Ni tampoco mala inscripción para una lápida: «A sus 91 años, viuda, sin hijos y sola, lo que más compañía le hacía a Margarita Seguí Oníe eran los libros».